Texto íntegro de la homilía pronunciada por el arzobispo de Sevilla, mons. Juan José Asenjo, en la Eucaristía con la que se ha clausurado el Año de la Fe en la Archidiócesis de Sevilla. La misa se ha celebrado en la Catedral de Sevilla.
1. El 14 de octubre de año pasado inaugurábamos en este mismo altar el Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, que nuestra Archidiócesis, gracias a Dios, ha vivido de forma muy intensa. Ha sido, sin duda, un año de gracia, en el que hemos tenido la oportunidad de incrementar nuestra formación cristiana y volver nuestra mirada a Dios, renovar nuestra fe y nuestra vida cristiana, ahondar en nuestra conversión a Jesucristo y descubrir que sólo Él es capaz de colmar las ansias de felicidad del corazón humano. Por todo ello damos rendidas gracias a Dios, autor de todo lo bueno y lo noble que existe en la creación y en nuestras vidas, autor de todas las maravillas de la naturaleza y de la gracia.
2. Clausuramos el Año de la Fe en la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Las lecturas que acabamos de proclamar nos muestran la realeza de Cristo en tres planos complementarios: la primera nos ha narrado la unción de David como rey de Israel, figura de Cristo, el hijo de David por excelencia; la segunda nos ha presentado a Jesús como rey del universo por ser su creador, y como cabeza y Señor de su Iglesia por ser su redentor. El evangelio nos ha mostrado el rostro sereno y majestuoso de quien, consumada la epopeya de nuestra redención, es coronado como rey en el árbol de la Cruz y es constituido como centro y fin de toda la historia humana y de la historia de la salvación.
3. En esta solemnidad reconocemos la realeza de Cristo y hacemos verdad aquello que cantamos en el Gloria:“…porque sólo Tú eres Santo, sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”. Él es la imagen de Dios invisible, el primogénito de entre los muertos, que es anterior a todo y en el que todo encuentra su consistencia (Col 1,15.17-18); el camino, verdad y vida del mundo (Jn 14,6), el salvador y redentor único y único mediador entre Dios y los hombres (Hech 4,12; 1 Tim 2,5). En esta tarde, en la clausura del Año de la Fe, hincamos las rodillas ante quien, como nos dijera el Concilio, es “el centro de la humanidad, el gozo del corazón humano y la plenitud total de sus aspiraciones”. Ante la realeza de Cristo, la adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura. Así lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "Es la actitud de humillar el espíritu ante el "Rey de la gloria" (Sal. 24,9-10) y el silencio respetuoso ante Dios, "siempre mayor" (S. Agustín, Sal 62,16)" (n. 2628).
4. La solemnidad de Cristo Rey nos emplaza a afianzar la conversión a Jesucristo, en la que hemos estado ahondando a lo largo de este año. Nos emplaza también a dejarnos conquistar definitivamente por Él, para amarlo con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello significaría que entra en competencia con otros afectos o intereses, sino como el único que realmente da plenitud a nuestras vidas. En esta solemnidad estamos llamados a aceptar con gozo la soberanía de Cristo sobre nuestra vida personal y familiar, sobre nuestros anhelos y proyectos, sobre nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra afectividad y nuestra vida entera sin mermas ni cortapisas. En esta tarde, ante el Rey soberano que entrega libremente su vida por la salvación del mundo, entreguémosle nuestra vida para que Él la posea y oriente, para que la haga fecunda al servicio de su Reino, el Reino que nosotros debemos implantar, anunciar y extender. Y es que la realeza de Cristo tiene una dimensión social, imposible en una sociedad aconfesional y secularizada como la nuestra, sin el compromiso evangelizador vigoroso de los cristianos laicos, llamados a prolongar en la historia la misión del Señor, pues también a vosotros los laicos está dirigida la palabra de Jesús "como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros" (Jn 20,21), "Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura".
5. Si a lo largo del Año de la Fe habéis tenido la dicha de encontraros con Jesucristo y estáis convencidos de que Él es vuestro mayor tesoro, porque Él os ha devuelto la vida, la alegría y la esperanza, porque él ha dado a vuestra vida un nuevo sentido y una sorprendente plenitud, debéis arder en deseos de llevarlo y compartirlo con las personas que entretejen vuestra vida. Como dijera el Papa Benedicto a los Jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, “no se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer”. Evangelizar es la razón de ser de la Iglesia. Lo es especialmente en esta hora crucial de crisis global y de desesperanza. El Papa Benedicto XVI en múltiples ocasiones nos ha emplazado a todos, también a los laicos, a la Nueva Evangelización. Él nos ha dicho que “la evangelización del nuevo Milenio o se hace con los laicos o no se hará”. El Papa Francisco, por su parte, nos ha urgido a salir a las periferias, a salir a las encrucijadas de los caminos, a buscar a los que se han marchado o nunca han estado en la mesa cálida y familiar de la Iglesia.
6. ¿Y cuál es el mensaje que debemos anunciar? El objeto de nuestro anuncio no puede ser otro que Jesucristo, un Jesucristo íntegro, el Cristo de los Evangelios, obviando la tentación de modular el mensaje de salvación de acuerdo con nuestra sensibilidad, con nuestros gustos o con las corrientes culturales que en estos momentos nos imponen un espeso silencio sobre Dios y sobre Jesucristo. Esto genera en nosotros un cierto pudor para hablar de Dios, y hace posible la secularización más o menos oculta de nuestra fe y de nuestro mensaje rebajando los perfiles de la figura de Jesús hasta dejarlo irreconocible. Sin embargo, Jesucristo que es el sujeto de la misión, es también su contenido fundamental. Es el único tesoro que la Iglesia posee y puede ofrecer al mundo. "Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero para nosotros fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,22-24).
7. Ocurre a veces que el anuncio de Jesucristo se convierte en una mera propuesta humanizadora, a la búsqueda de la promoción humana, la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz, el diálogo entre los pueblos, las culturas y las religiones. Todas estas propuestas son estimables y entran dentro de la misión de la Iglesia, pero conducen a la secularización de la acción evangelizadora, si dejan en un segundo plano, consideran irrelevante o aplazan "sine die" el anuncio explícito de Jesucristo, pues como escribiera el Papa Pablo VI en la EA Evangelii Nuntiandi, "No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (n.22). Otro tanto dijo a los jóvenes en Madrid el Papa Benedicto XVI: “Queridos jóvenes –les dijo- no os conforméis con menos que la verdad y el amor, no os conforméis con algo menos que Jesucristo”.
6. ¿Y cuál es el mensaje que debemos anunciar? El objeto de nuestro anuncio no puede ser otro que Jesucristo, un Jesucristo íntegro, el Cristo de los Evangelios, obviando la tentación de modular el mensaje de salvación de acuerdo con nuestra sensibilidad, con nuestros gustos o con las corrientes culturales que en estos momentos nos imponen un espeso silencio sobre Dios y sobre Jesucristo. Esto genera en nosotros un cierto pudor para hablar de Dios, y hace posible la secularización más o menos oculta de nuestra fe y de nuestro mensaje rebajando los perfiles de la figura de Jesús hasta dejarlo irreconocible. Sin embargo, Jesucristo que es el sujeto de la misión, es también su contenido fundamental. Es el único tesoro que la Iglesia posee y puede ofrecer al mundo. "Mientras los judíos piden signos y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero para nosotros fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor 1,22-24).
7. Ocurre a veces que el anuncio de Jesucristo se convierte en una mera propuesta humanizadora, a la búsqueda de la promoción humana, la justicia, la libertad, la fraternidad, la paz, el diálogo entre los pueblos, las culturas y las religiones. Todas estas propuestas son estimables y entran dentro de la misión de la Iglesia, pero conducen a la secularización de la acción evangelizadora, si dejan en un segundo plano, consideran irrelevante o aplazan "sine die" el anuncio explícito de Jesucristo, pues como escribiera el Papa Pablo VI en la EA Evangelii Nuntiandi, "No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino y el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios" (n.22). Otro tanto dijo a los jóvenes en Madrid el Papa Benedicto XVI: “Queridos jóvenes –les dijo- no os conforméis con menos que la verdad y el amor, no os conforméis con algo menos que Jesucristo”.
8. Concluimos el Año de la Fe para lanzarnos a la misión. Al final de la Misa saldremos a la calle y nos encontraremos muchas personas rotas, sumidas en la desesperación y en la angustia, jóvenes y adultos que padecen una tremenda ceguera espiritual, que necesitan el milagro de la fe, que necesitan esperanza, que necesitan, sobre todo, a Cristo, luz, camino, verdad y vida de los hombres. Y nosotros estamos llamados a ser luz para tantos ciegos que no han conocido el esplendor de Cristo; y a ser cayado de tantos cojos, que no tienen quien les sostenga y dirija en el camino de la vida. En vuestro camino encontrareis también jóvenes y adultos que buscan a tientas la verdad, que buscan a Dios de forma inconsciente y que necesitan una voz amiga que les señale el camino más auténtico de realización personal.
9. De una cosa podemos estar ciertos: El anuncio de Jesucristo es la aportación más original y necesaria que podemos prestar a nuestros conciudadanos si lo hacemos con la fuerza con que lo hacían los Apóstoles en la Iglesia de los comienzos, con el convencimiento y arrojo con que lo hacía San Pablo (1 Cor 2,2). Pablo predica a Jesucristo con audacia y entusiasmo. Sin este coraje muy poco habrían podido hacer los primeros evangelizadores. Su valentía nace de la fe en el mensaje que predican, del amor apasionado a Jesucristo y de la certeza de su compañía y asistencia. Su coraje es el propio de quien ha encontrado algo grande y quiere compartirlo. Es la actitud de quien se ha encontrado con Dios y no puede acallar su suerte, porque en realidad, ha encontrado un tesoro.
10. En la solemnidad de Cristo Rey, corona de los mártires de los confesores y de las vírgenes, como afirma la liturgia, quiero anunciar oficialmente a la Archidiócesis la muy próxima apertura solemne del proceso de beatificación de una veintena de mártires del siglo XX, intención que ya adelanté en el mes de abril del año pasado en una carta pastoral. Un mes después instituí las preceptivas comisiones de técnicos que han recogido y seleccionado las pruebas documentales, históricas y testificales, de quienes en nuestra Iglesia de Sevilla murieron proclamando su amor a Jesucristo y perdonando a sus verdugos. En las próximas semanas daremos a conocer sus nombres y la fecha de la apertura solemne del proceso. Una vez más declaro que con ello no pretendemos reabrir viejas heridas, pues no tenemos otra intención que cumplir con un deber de justicia y gratitud, y poner sobre el candelero de la Iglesia el heroísmo y la fortaleza de estos modelos del amor más grande, de quienes prefirieron la muerte antes que renegar de su fe, de quienes murieron gritando¡Viva Cristo Rey! y asegurando que sólo Jesucristo era el rey y señor de sus vidas. Que la Reina de los Mártires nos acompañe y sostenga en este propósito y nos ayude a todos a adorar y amar sobre todas las cosas a su Hijo, Rey de reyes y señor de los señores. Así sea.
+Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla