El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano,
causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento
del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la
encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en
efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la
Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos
invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de
Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y
descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que
también nosotros podamos unirnos a Él.
Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras
familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como
también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las
escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es
realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales
más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. Se
aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten
esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad
popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en
que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y
revitalizada...