"Los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1).
En la víspera de su pasión y muerte, el Señor Jesús quiso reunir en torno a sí, una vez más, a sus Apóstoles para dejarles las últimas consignas y darles el testimonio supremo de su amor.
Entremos también nosotros en la "sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes" (Mc14, 15) y dispongámonos a escuchar los pensamientos más íntimos que quiere comunicarnos; dispongámonos, en particular, a acoger el gesto y el don que ha preparado para esta última cita.
Con gran cariño os saludo queridos hermanos que vivimos nuestra fe en la Parroquia de El Coronil, saludo a todos los que vivirán su fe con nosotros a través de TV El Coronil, mi recuerdo más cercano a todos los grupos que colaboráis conmigo en el desarrollo de la actividad Pastoral: Litugia, Coro, Coro de niños, Catequistas, Pastoral de la Salud, Grupo de Vida, Hermandades, Pastoral Familiar, y de una manera especial en este día de la Caridad a nuestro querido grupo de Cáritas. Mi recuerdo a los que están solos y enfermos y todos los que por diversas razones no están con nosotros para inaugurar el Triduo Pascual de 2020. Pascua que no olvidaremos jamás...
Es el Señor quien convoca a su pueblo y le comunica cómo celebrar la cena de Pascua, y es que Él va a pasar. «Es la Pascua, el paso del Señor», leemos en el libro del Éxodo. El Señor que pasa por la “tierra de Egipto”, por nuestra particular “tierra de Egipto”, cuando “levantamos” ladrillo a ladrillo los muros de la insolidaridad, del derroche, etc.; y el Señor “pasa” para echar todo eso abajo y eliminar a todos los “primogénitos” (envidias, soberbias, vanidades, etc.), y así, ya libres, poder salir, hacer éxodo, camino hacia la libertad y la tierra prometida (la amistad con el Señor); un camino continuo, que jamás termina porque, afortunadamente, nunca degustamos del todo la amistad con Dios y ello nos mantiene en movimiento, activos, eternos caminantes y esperanzados buscadores del Señor. Ya en el “desierto” no hay puertas ni muros que levantar sino un pueblo que marcha junto guiado por su Señor. Una nueva página empieza a escribirse, pero con Dios.
En este momento, ¿dónde me encuentro?, ¿todavía en Egipto o ya he iniciado la salida y estoy atravesando el desierto?
¿Entiendo que en la comunidad cualquier cargo es para el servicio y nunca para sentirme superior a los otros?
Como el Señor, ¿sirvo con agrado a la comunidad y me siento por ello feliz?
¿Trato por igual a todos en la comunidad o todavía tengo mis preferencias?
1.- Una nueva manera de ser y comportarse que Jesús de Nazaret inculca a sus discípulos, a nosotros. En una cena antes de Pascua, sorprende a sus amigos (nos sorprende) con un gesto tan asombroso como novedoso: «se levanta de la mesa, se quita el manto y ciñéndose una toalla a la cintura se puso a lavar los pies a los discípulos». Grandeza del Señor que se rebaja para ensalzarnos, que se hace pequeño para decirnos que todos somos señores, nadie por encima de otro, Dios que se anonada para engrandecernos. Gesto que Pedro no entiende, sigue en su mentalidad de clase, piramidal, donde uno manda y los otros están sometidos; mentalidad que el Señor quiere eliminar de la comunidad, entre sus seguidores. ¿Somos como Pedro o ya hemos asumido la novedad del proyecto del Señor? «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Y es la nota característica de una comunidad cristiana, de amigos del Señor, el servicio, la disponibilidad, la atención de unos a otros, “lavarnos los pies” con el jabón de la caridad, aclararlos con el agua de la ilusión y secarlos con la toalla de la generosidad, de la comprensión, etc.
Esto es conmovedor. Jesús que lava los pies a sus discípulos. Pedro no comprende nada, lo rechaza. Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies porque, entre nosotros, el que está más en alto debe estar al servicio de los otros. Y esto es un símbolo, es un signo, ¿no? Lavar los pies es: «yo estoy a tu servicio». Y también nosotros, entre nosotros, no es que debamos lavarnos los pies todos los días los unos a los otros, pero entonces,"Os he dado ejemplo..." (Jn 13, 15); "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (Jn 13, 14). ¿En qué consiste el "lavarnos los pies unos a otros"? ¿Qué significa en concreto? Cada obra buena hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es un servicio como lavar los pies. El Señor nos invita a bajar, a aprender la humildad y la valentía de la bondad; y también a estar dispuestos a aceptar el rechazo, actuando a pesar de ello con bondad y perseverando en ella.
Pero hay una dimensión aún más profunda. El Señor limpia nuestra impureza con la fuerza purificadora de su bondad. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa purificarnos unos a otros soportándonos mutuamente y aceptando ser soportados por los demás; purificarnos unos a otros dándonos recíprocamente la fuerza santificante de la palabra de Dios e introduciéndonos en el Sacramento del amor divino.
¿Estoy verdaderamente dispuesta o dispuesto a servir, a ayudar al otro?». Pensemos esto, solamente. Y pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que Él hace, porque Jesús ha venido precisamente para esto, para servir, para ayudarnos.
Ojalá pudiera lavaros los pies a todos, que sintáis a través mía como el Señor sigue lavándoos... Os pido perdón si mi miseria y mi pecado que seguro que muchas veces os ha impedido ver al Señor... al sentarme a su mesa como Pedro, el Señor también me lava a mí... Doy gracias al Señor por poder serviros, por acompañaros en el camino de la fe, por seguir alimentadoos con su Vida, su Cuerpo y Su Sangre...
2.- Dios desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta manifiesto lo que significa redención. El baño con que nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de nuestra impureza y nos eleva a la altura de Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a nosotros, desde lo más profundo de su sufrimiento y de su muerte.
Él es continuamente este amor que nos lava. En los sacramentos de la purificación -el Bautismo y la Penitencia- él está continuamente arrodillado ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el servicio de la purificación; nos hace capaces de Dios. Su amor es inagotable; llega realmente hasta el extremo.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos", dice el Señor (Jn 13, 10). En esta frase se revela el gran don de la purificación que él nos hace, porque desea estar a la mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro alimento. "Pero no todos": existe el misterio oscuro del rechazo, que con la historia de Judas se hace presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don de sí mismo. El amor del Señor no tiene límites, pero el hombre puede ponerle un límite.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos": ¿Qué es lo que hace impuro al hombre? Es el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es la soberbia que cree que no necesita purificación, que se cierra a la bondad salvadora de Dios. Es la soberbia que no quiere confesar y reconocer que necesitamos purificación.
En Judas vemos con mayor claridad aún la naturaleza de este rechazo. Juzga a Jesús según las categorías del poder y del éxito: para él sólo cuentan el poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro: para él el dinero es más importante que la comunión con Jesús, más importante que Dios y su amor. Así se transforma también en un mentiroso, que hace doble juego y rompe con la verdad; uno que vive en la mentira y así pierde el sentido de la verdad suprema, de Dios. De este modo se endurece, se hace incapaz de conversión, del confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos". El Señor hoy nos pone en guardia frente a la autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado. Nos invita a imitar su humildad, a tratar de vivirla, a dejarnos "contagiar" por ella. Nos invita -por más perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y a permitir a su bondad purificadora que nos levante y nos haga entrar en la comunión de la mesa con él, con Dios mismo.
3.- También durante la Cena, sabiendo que ya había llegado su "hora", Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: "Esto es mi cuerpo"; lo mismo hace con el cáliz: "Esta es mi sangre". Y les manda: "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24-25). Realmente aquí se manifiesta el testimonio de un amor llevado "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Jesús se da como alimento a los discípulos para llegar a ser uno con ellos. Una vez más se pone de relieve la "lección" que debemos aprender: lo primero que hemos de hacer es abrir el corazón a la acogida del amor de Cristo. La iniciativa es suya: su amor es lo que nos hace capaces de amar también nosotros a nuestros hermanos.
Así pues, el lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo misterio de amor confiado a los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15).
4.- "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24). La "memoria" que el Señor nos dejó aquella noche se refiere al momento culminante de su existencia terrena, es decir, el momento de su ofrenda sacrificial al Padre por amor a la humanidad. Y es una "memoria" que se sitúa en el marco de una cena, la cena pascual, en la que Jesús se da a sus Apóstoles bajo las especies del pan y del vino, como su alimento en el camino hacia la patria del cielo.
Mysterium fidei! Así proclama el celebrante después de pronunciar las palabras de la consagración. Y la asamblea litúrgica responde expresando con alegría su fe y su adhesión, llena de esperanza. ¡Misterio realmente grande es la Eucaristía! Misterio "incomprensible" para la razón humana, pero sumamente luminoso para los ojos de la fe. La mesa del Señor en la sencillez de los símbolos eucarísticos -el pan y el vino compartidos- es también la mesa de la fraternidad concreta. El mensaje que brota de ella es demasiado claro como para ignorarlo: todos los que participan en la celebración eucarística no pueden quedar insensibles ante las expectativas de los pobres y los necesitados. Un corazón que ha experimentado el amor del Señor se abre espontáneamente a la caridad hacia sus hermanos. ¿Qué voy a hacer yo? Hoy, Jueves Santo. Os pido que apoyemos con fuerza, con nuestra oración y nuestros recursos a nuestra Cáritas Parroquial de El Coronil, en este momento de Pandemia, y cuando ella termine, nuestra Cáritas será decisiva para acompañar a muchas familias que habrán perdido el trabajo, que habrán perdido el rumbo...
El Señor nos purifica; por esto nos atrevemos a acercarnos a su mesa. Pidámosle que nos conceda a todos la gracia de poder ser un día, para siempre, huéspedes del banquete nupcial eterno.
A todos os envío un fuerte abrazo.
Pedro Sola, Párroco.
En la víspera de su pasión y muerte, el Señor Jesús quiso reunir en torno a sí, una vez más, a sus Apóstoles para dejarles las últimas consignas y darles el testimonio supremo de su amor.
Entremos también nosotros en la "sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes" (Mc14, 15) y dispongámonos a escuchar los pensamientos más íntimos que quiere comunicarnos; dispongámonos, en particular, a acoger el gesto y el don que ha preparado para esta última cita.
Con gran cariño os saludo queridos hermanos que vivimos nuestra fe en la Parroquia de El Coronil, saludo a todos los que vivirán su fe con nosotros a través de TV El Coronil, mi recuerdo más cercano a todos los grupos que colaboráis conmigo en el desarrollo de la actividad Pastoral: Litugia, Coro, Coro de niños, Catequistas, Pastoral de la Salud, Grupo de Vida, Hermandades, Pastoral Familiar, y de una manera especial en este día de la Caridad a nuestro querido grupo de Cáritas. Mi recuerdo a los que están solos y enfermos y todos los que por diversas razones no están con nosotros para inaugurar el Triduo Pascual de 2020. Pascua que no olvidaremos jamás...
Es el Señor quien convoca a su pueblo y le comunica cómo celebrar la cena de Pascua, y es que Él va a pasar. «Es la Pascua, el paso del Señor», leemos en el libro del Éxodo. El Señor que pasa por la “tierra de Egipto”, por nuestra particular “tierra de Egipto”, cuando “levantamos” ladrillo a ladrillo los muros de la insolidaridad, del derroche, etc.; y el Señor “pasa” para echar todo eso abajo y eliminar a todos los “primogénitos” (envidias, soberbias, vanidades, etc.), y así, ya libres, poder salir, hacer éxodo, camino hacia la libertad y la tierra prometida (la amistad con el Señor); un camino continuo, que jamás termina porque, afortunadamente, nunca degustamos del todo la amistad con Dios y ello nos mantiene en movimiento, activos, eternos caminantes y esperanzados buscadores del Señor. Ya en el “desierto” no hay puertas ni muros que levantar sino un pueblo que marcha junto guiado por su Señor. Una nueva página empieza a escribirse, pero con Dios.
En este momento, ¿dónde me encuentro?, ¿todavía en Egipto o ya he iniciado la salida y estoy atravesando el desierto?
¿Entiendo que en la comunidad cualquier cargo es para el servicio y nunca para sentirme superior a los otros?
Como el Señor, ¿sirvo con agrado a la comunidad y me siento por ello feliz?
¿Trato por igual a todos en la comunidad o todavía tengo mis preferencias?
1.- Una nueva manera de ser y comportarse que Jesús de Nazaret inculca a sus discípulos, a nosotros. En una cena antes de Pascua, sorprende a sus amigos (nos sorprende) con un gesto tan asombroso como novedoso: «se levanta de la mesa, se quita el manto y ciñéndose una toalla a la cintura se puso a lavar los pies a los discípulos». Grandeza del Señor que se rebaja para ensalzarnos, que se hace pequeño para decirnos que todos somos señores, nadie por encima de otro, Dios que se anonada para engrandecernos. Gesto que Pedro no entiende, sigue en su mentalidad de clase, piramidal, donde uno manda y los otros están sometidos; mentalidad que el Señor quiere eliminar de la comunidad, entre sus seguidores. ¿Somos como Pedro o ya hemos asumido la novedad del proyecto del Señor? «Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis». Y es la nota característica de una comunidad cristiana, de amigos del Señor, el servicio, la disponibilidad, la atención de unos a otros, “lavarnos los pies” con el jabón de la caridad, aclararlos con el agua de la ilusión y secarlos con la toalla de la generosidad, de la comprensión, etc.
Esto es conmovedor. Jesús que lava los pies a sus discípulos. Pedro no comprende nada, lo rechaza. Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies porque, entre nosotros, el que está más en alto debe estar al servicio de los otros. Y esto es un símbolo, es un signo, ¿no? Lavar los pies es: «yo estoy a tu servicio». Y también nosotros, entre nosotros, no es que debamos lavarnos los pies todos los días los unos a los otros, pero entonces,"Os he dado ejemplo..." (Jn 13, 15); "También vosotros debéis lavaros los pies unos a otros" (Jn 13, 14). ¿En qué consiste el "lavarnos los pies unos a otros"? ¿Qué significa en concreto? Cada obra buena hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es un servicio como lavar los pies. El Señor nos invita a bajar, a aprender la humildad y la valentía de la bondad; y también a estar dispuestos a aceptar el rechazo, actuando a pesar de ello con bondad y perseverando en ella.
Pero hay una dimensión aún más profunda. El Señor limpia nuestra impureza con la fuerza purificadora de su bondad. Lavarnos los pies unos a otros significa sobre todo perdonarnos continuamente unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo, aunque pueda parecer inútil. Significa purificarnos unos a otros soportándonos mutuamente y aceptando ser soportados por los demás; purificarnos unos a otros dándonos recíprocamente la fuerza santificante de la palabra de Dios e introduciéndonos en el Sacramento del amor divino.
¿Estoy verdaderamente dispuesta o dispuesto a servir, a ayudar al otro?». Pensemos esto, solamente. Y pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que Él hace, porque Jesús ha venido precisamente para esto, para servir, para ayudarnos.
Ojalá pudiera lavaros los pies a todos, que sintáis a través mía como el Señor sigue lavándoos... Os pido perdón si mi miseria y mi pecado que seguro que muchas veces os ha impedido ver al Señor... al sentarme a su mesa como Pedro, el Señor también me lava a mí... Doy gracias al Señor por poder serviros, por acompañaros en el camino de la fe, por seguir alimentadoos con su Vida, su Cuerpo y Su Sangre...
2.- Dios desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta manifiesto lo que significa redención. El baño con que nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de nuestra impureza y nos eleva a la altura de Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a nosotros, desde lo más profundo de su sufrimiento y de su muerte.
Él es continuamente este amor que nos lava. En los sacramentos de la purificación -el Bautismo y la Penitencia- él está continuamente arrodillado ante nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el servicio de la purificación; nos hace capaces de Dios. Su amor es inagotable; llega realmente hasta el extremo.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos", dice el Señor (Jn 13, 10). En esta frase se revela el gran don de la purificación que él nos hace, porque desea estar a la mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro alimento. "Pero no todos": existe el misterio oscuro del rechazo, que con la historia de Judas se hace presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don de sí mismo. El amor del Señor no tiene límites, pero el hombre puede ponerle un límite.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos": ¿Qué es lo que hace impuro al hombre? Es el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es la soberbia que cree que no necesita purificación, que se cierra a la bondad salvadora de Dios. Es la soberbia que no quiere confesar y reconocer que necesitamos purificación.
En Judas vemos con mayor claridad aún la naturaleza de este rechazo. Juzga a Jesús según las categorías del poder y del éxito: para él sólo cuentan el poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro: para él el dinero es más importante que la comunión con Jesús, más importante que Dios y su amor. Así se transforma también en un mentiroso, que hace doble juego y rompe con la verdad; uno que vive en la mentira y así pierde el sentido de la verdad suprema, de Dios. De este modo se endurece, se hace incapaz de conversión, del confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos". El Señor hoy nos pone en guardia frente a la autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado. Nos invita a imitar su humildad, a tratar de vivirla, a dejarnos "contagiar" por ella. Nos invita -por más perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y a permitir a su bondad purificadora que nos levante y nos haga entrar en la comunión de la mesa con él, con Dios mismo.
3.- También durante la Cena, sabiendo que ya había llegado su "hora", Jesús bendice y parte el pan, luego lo distribuye a los Apóstoles, diciendo: "Esto es mi cuerpo"; lo mismo hace con el cáliz: "Esta es mi sangre". Y les manda: "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24-25). Realmente aquí se manifiesta el testimonio de un amor llevado "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Jesús se da como alimento a los discípulos para llegar a ser uno con ellos. Una vez más se pone de relieve la "lección" que debemos aprender: lo primero que hemos de hacer es abrir el corazón a la acogida del amor de Cristo. La iniciativa es suya: su amor es lo que nos hace capaces de amar también nosotros a nuestros hermanos.
Así pues, el lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo misterio de amor confiado a los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15).
4.- "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24). La "memoria" que el Señor nos dejó aquella noche se refiere al momento culminante de su existencia terrena, es decir, el momento de su ofrenda sacrificial al Padre por amor a la humanidad. Y es una "memoria" que se sitúa en el marco de una cena, la cena pascual, en la que Jesús se da a sus Apóstoles bajo las especies del pan y del vino, como su alimento en el camino hacia la patria del cielo.
Mysterium fidei! Así proclama el celebrante después de pronunciar las palabras de la consagración. Y la asamblea litúrgica responde expresando con alegría su fe y su adhesión, llena de esperanza. ¡Misterio realmente grande es la Eucaristía! Misterio "incomprensible" para la razón humana, pero sumamente luminoso para los ojos de la fe. La mesa del Señor en la sencillez de los símbolos eucarísticos -el pan y el vino compartidos- es también la mesa de la fraternidad concreta. El mensaje que brota de ella es demasiado claro como para ignorarlo: todos los que participan en la celebración eucarística no pueden quedar insensibles ante las expectativas de los pobres y los necesitados. Un corazón que ha experimentado el amor del Señor se abre espontáneamente a la caridad hacia sus hermanos. ¿Qué voy a hacer yo? Hoy, Jueves Santo. Os pido que apoyemos con fuerza, con nuestra oración y nuestros recursos a nuestra Cáritas Parroquial de El Coronil, en este momento de Pandemia, y cuando ella termine, nuestra Cáritas será decisiva para acompañar a muchas familias que habrán perdido el trabajo, que habrán perdido el rumbo...
El Señor nos purifica; por esto nos atrevemos a acercarnos a su mesa. Pidámosle que nos conceda a todos la gracia de poder ser un día, para siempre, huéspedes del banquete nupcial eterno.
A todos os envío un fuerte abrazo.
Pedro Sola, Párroco.