En el evangelio nos habla
de dos apariciones tenidas en el cenáculo. En la primera no estaba
presente Tomás. Cuando los otros le narran lo acontecido, él se sale con
la bien conocida declaración “si no veo en
sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”
Esta situación es muy comprensible para nosotros, que vivimos en la “era tecnológica” que no creemos si no podemos comprobar.
Tomás, el dubitativo, el práctico, aquel que declara que no será fácil
inducirle
a rendirse y creer.. Viene para pensar en ciertas personas de la
cultura de nuestros días, los cuales, habiendo oído que algún compañero
suyo se ha acercado a la fe, reaccionan escandalizados.
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En el episodio de la Resurrección de Lázaro. Los discípulos están preocupados por el peligro al que se expone el Señor y Tomás responde: “ Vayamos también nosotros y muramos con él”. Esta no es una palabra de alguien que cree sino de uno que se desespera, que está resignado a llegar hasta lo peor. Esto es muy moderno. Hay muchos que están dispuestos a arriesgar hasta la vida; pero no a dejarse llevar a la alegría de creer. Se arriesga la vida repetidas veces al día cuando se atraviesa con prisa la calle, se salta de un autobús en marcha, se hace un adelantamiento imprudente... pero no se está dispuesto a correr el así llamado “riesgo de la fe” que nos salvaría de la muerte.
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En la última cena, Tomás le dice al Señor: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿Cómo podemos saber el camino?” Es extraordinario ver cómo cada vez las dudas de Tomás se han resuelto para nosotros es bendición. Esta su observación fue, en efecto, la ocasión por la que Jesús pronunció uno de las palabras mas sublimes de todo el Evangelio: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”
Lo que ha salvado a Tomás
ha sido el sufrimiento, que poseía en su no-creer. La dureza de las
condiciones que plantea para creer, proceden de un gran sufrimiento. Es
de entre los apóstoles el que tiene más sentimiento
de no haber sabido morir con él tal como había declarado. Pero
sufrimiento por no amar a alguien es un signo de una verdadero amor. ¡Sufrir por no poder creer es una forma de fe incompleta, pero sincera!
Lo que Tomás había expresado como una exigencia, como un desafío: “sino meto, sino veo...” Jesús lo acepta. Se deja vencer por Tomás. Sólo por él ha cambiado todas sus disposiciones y su método. A la Magdalena,
le había dicho al contrario: “no me toques”. Jesús amaba a
Tomás, sabía que se mostraba reacio sólo porque se había sentido tan
desdichado, entonces, se ha posicionado en contra de él, lo ha defendido
contra sí mismo, le ha hablado al corazón y él ha
quedado descompuesto.
Cuando Tomás ha visto
delante de él a Jesús, de golpe ha entendido haber sabido que él había
resucitado.¡había vivido lo suficiente con Jesús para saber que debía
esperarse una cosa semejante siempre cosas buenas,
gratificantes, increíbles como esta! Debía haber creído a los demás.
Rechazando el creer no había hecho otra cosa que infligirse un castigo a
si mismo, defenderse de una espera, que era demasiado viva. Moría a la
vez, por el deseo y por el miedo a creer.
Y no ha habido peor castigo
para él que el haber conseguido lo que había puesto condición para su
fe. Se ha dado cuenta de haber perdido la ocasión, que se le había
ofrecido. Ha entendido que debiera haber donado
su fe a Jesús. No tenía necesidad de estas pruebas.
Ahora ya no tiene ganas de
tocar, había dado cualquier cosa incluso con tal de no poner el dudo y
la mano en las llagas, para no oir aquel velado reproche: “¿porque has visto has creído? Dichosos los que crean
sin haber visto” y cuando toca, lo hace por docilidad, por
arrepentimiento. No como quien quiere darse cuenta de una cosa y se
dispone a tomar las medidas. Lo hace como quien realiza un peregrinaje.
Era ello lo que le podía ser más doloroso y más humillante.
Reparaba y se castigaba. Los artistas modernos lo han representado en
sus obras de arte:
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Tomás se viene abajo apesadumbrado con sus dedos en las heridas (Caravaggio)
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Lo representan encorbado y en adoración, como quien quisiera hundirse ante Jesús.
2.- Pero ser penetrado tan
profundamente en la intimidad de Cristo, Tomás ha sido transportado a un
altura, que nadie de entre los demás había alcanzado hasta entonces.
Más arriba que hasta el mismo Juan, a quien
solamente se le había concedido reposar su cabeza sobre el pecho de él.
Fulminado, Tomás cae de rodilla y exclama: “Señor mio y Dios mío”
ningún otro apóstol se había atrevido a decirle esto: “Dios mio”. Jesús
lo ha amado tanto, con tanta dulzura,
de tal manera, que cambia esta culpa y esta humillación en un
maravilloso recuerdo. Así Cristo perdona los pecados. Él sabe hacer de
todas las culpas humanas una “culpa feliz” (pregón pascual).
La crítica y el diálogo con
los no-creyentes cuando se desarrolla en el respeto y la lealtad
recíprocos, son de gran utilidad. Ante todo nos hacen humildes. Nos
obliga a darnos cuenta de que la fe no es para nadie
un privilegio o una ventaja. No podemos ni imponerla ni demostrarla
sino sólo proponerla y manifestarla con la vida. La fe es un don, no un
mérito, y como todo don no puede ser ya vivido si no es más que en la
gratitud y la humildad.
La comparación con los
no-creyentes nos ayuda asimismo a purificar nuestra fe de
representaciones groseras. Muy frecuentemente lo que los no-creyentes
rechazan no es al verdadero Dios, al Dios viviente de la Bíblia,
sino a contrafigura suya, a la imagen distorsionada de Dios, que los
creyentes mismos hemos contribuido a crear. Rechazando a este Dios, los
no-creyentes no obligan, saludablemente, a volver a ponernos en el
seguimiento del Dios vivo y verdadero, que está
más allá de cualquier representación y explicación nuestra.
No podemos sin embargo,
concluir nuestra reflexión sobre el Evangelio de hoy, sin profundizar
que hay un deseo de expresar, que hoy santo Tomás encuentre muchos
imitadores no sólo en primera parte de su historia
(cuando declara no creer) sino también en la segunda, en aquel
magnifico acto de fe. Tomás es de imitar, asimismo, por otro hecho. Él
no cierra la puerta, no se queda fijo en su posición dando por resuelto
el problema de una vez por todas. Tanto es así que
ocho días después, lo encontramos con los apóstoles en el cenáculo. Si
no hubiera deseado creer o “
” no habría estado allí.
Quiere ver, tocar, por lo tanto, esta en busqueda. Y al final, despues
de que ha visto y ha tocado con la mano, exclama “Señor mio y Dios mío”.
Nosotros podemos aún creer
antes de forzar la mano de Dios para hacernos ver y para tocar mediante
signos y milagros. Podemos creer “antes de haber visto”.
Un día, transpasado el umbral de la vida,
nosotros veremos igualmente las heridas de las manos y del costado de
Cristo (el Apocalipsis dice que él conserva, también en el cielo, las
señales de su pasión: “vi un Cordero, como degollado” Ap5 11) y tendremos que exclamar, esperémoslo, para
nuestra felicidad y no para nuestra condena: “Señor mío y Dios mio”