10 abril 2020

Homilía Viernes Santo 2020

Oficios de la Pasión y Muerte del Señor

Con el corazón enternecido, tras haber escuchado el relato de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Podemos darnos cuenta de cómo Dios obra desde el silencio. Pocas palabras las de Jesús, “como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca”. Las palabras justas, las suficientes, de aceptación y consuelo a los demás. No se defiende ante la injusticia, no profiere grandes discursos, responde desde la verdad sencilla, cumple con la voluntad del Padre desde el amor más puro y auténtico.

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¿Qué mata a Jesús? No fue la cuestión mesiánica ni sus palabras sobre la destrucción del templo, por tanto, no fue por ser un falso profeta y blasfemo como lo acusaron. Sino que cayó en manos mafiosas de los opresores romanos tan odiados paradójicamente por el pueblo. Lo que mató a Jesús, lo asesinaron el malentendido, la cobardía, el odio, la mentira, las intrigas y las emociones del momento entre aquella humanidad que no supo ser fiel a la verdad y a la justicia.

1. Al contemplar en esta tarde cómo es tratado Jesús por la muchedumbre a gran escala, por el pueblo, podemos darnos cuenta de esa muchedumbre embravecida, de juicio injusto y rápido, sin ni si quiera conocerle, ni tratarle, le condenan sin más. Quizás o no, fueron los mismos que en otras jornadas le habían aplaudido o incluso habían gustado de su pan. Vienen a propósito las palabras que escuché a un sacerdote en homilía: “Las mismas campanas suenan, toquen a gloria” no lo olvides.

El pueblo siempre volátil, a una voz, la del primer canta mañana. A la voz del primer “populista”, el populismo un mal tan extendido en nuestra cultura actual, no sólo afectó a Jesús sino también hoy sigue afectándonos con dolor. Es una gran tentación esta de la que debemos preservarnos todos, que no sólo sucumben a ella los políticos sino todas las esferas sociales incluida la eclesiástica. Nos ha de llamar la atención de que a pesar de los muchos años y siglos de distancia, sigue sucediendo lo mismo. Otros cristos en medio de nuestro mundo: “alter Christus” cristianos que siguen hoy siendo tratados por el tumulto con el mismo desprecio, sólo por creer en Él, vivir como Él, actuar como ÉL, enseñar el evangelio.

Tantos que mueren de hambre y pasan sed, mientras otros derrochan tanto..

Contemplamos esta doble dimensión personal: ser pueblo y ser cristiano. Podemos verla como una dicotomía insalvable y yustapuesta.

Todos estamos insertos en esta sociedad compleja en la que nos ha tocado vivir, en la que la fe ha desaparecido del horizonte vital, un mundo que nos ha de llevar no a mundanizarnos sino a responsabilizarnos de cuanto sucede en él. “Jesús vino a hacer de los dos pueblos un solo pueblo”. Esto nos ha de llevar a mirar con entrañas de misericordia al mundo, con su mundanidad; como lo hizo el Maestro sin reservas, perdonando en la Cruz. Estamos llamados todos por el bautismo a ser santos, sabiendo que somos pueblo pero con una identidad clara, una pertenencia inequívoca a Dios, somos el pueblo de Dios.

Hemos de preguntarnos, ¿soy consciente de que la frivolidad mundana me aparta del amor?, ¿me ocupo de ser justo y veraz compartiendo mi pan con mi hermano hambriento?; ¿soy de los que dan miel o hiel, acómodandome a la voz del primer populista? ¿soy consciente de que los juicios rápidos y la crítica atroz, me llevan a la mundanidad más absoluta?, ¿escucho la llamada de Dios que me invita a ser miembro de su pueblo ganado por la sangre de su Cruz?

2. Fijémonos ahora tras contemplar al pueblo, en cómo tratan a Jesús los gobernantes, los religiosos, los guardias. Lo acorralan como un malhechor, lo atan, lo llevan ante Anás, lo abofetean, lo llevan de un sitio a otro ante Caifás, al pretorio ante Pilato. No encuentran culpa alguna en él. Pero el pueblo eligen a Barrabás, al bandido. Se mofan de Él, le dan bofetadas. Gritan Crucifícalo! Se reparten sus vestiduras, echan a suerte su túnica.

Contemplamos nuestra pobre y baja deshumanización. Los malos tratos, las malas lenguas, los falsos testimonios. ¿No somos a veces así? Examinemos con tranquilidad en la oración en esta tarde mirando cara a cara al crucifijo que tengamos en casa, preguntémonos ¿qué clase de discípulo soy?
¿Me lavo las manos como Pilato? Aún no encontrando culpa, me desentiendo.
¿Eligio a Barrabás o a Jesús? No caben las medias tintas.
¿Abofeteo a Jesús? ¿me burlo de Él?

3. Nuestra mirada se dirige ahora a su circulo más cercano, los discípulos. Que tienen miedo a que los reconozcan como tales, que lo entregan, lo niegan, lo traicionan, lo siguen de lejos…
¿Me avergüenzo de pertenecer al grupo de los suyo en el trabajo o la sociedad?
¿Cuántos sentimientos en el corazón de Cristo abandonado? El sabor amargo de la traición… Judas que gozaba de la confianza del maestro… le entrega.

El Señor viene a humanizarnos, ojalá sintiendo el dolor del daño causado nos dispongamos a expiarlo. Él no quiere sacrificios ni ofrendas, pero un corazón contrito y humillado no lo desprecia. Ofrezcamos nuestro corazón al Señor en esta tarde, un corazón dispuesto a reparar y amarle.

4. La impotencia, la pobreza, la falta de vistosidad, con que el Reino de Dios alboreó en su persona; alcanzaron su colmo último y hasta escandaloso en el Calvario. De esta forma, la vida de Jesús, acaba con un interrogante decisivo. Si la actividad e historia de Jesús no ha fracasado, es porque en su muerte ha irrumpido la respuesta del Padre, este el contenido de la confesión en la resurrección de Jesús. La venida de su Reino, que Él predicó.

Pero no podemos dejar pasar…. Algunos estuvieron firmes al pie de la Cruz.

También existe el amor que goza con la verdad, que cree, espera, aguanta y soporta sin límites todo el sufrimiento. Ahí está la Virgen Dolorosa, la Magdalena, las marías. Y el discípulo al que tanto amaba, lo seguían, ese amor era puro, incondicional. Por ello Jesús, le deja lo más grande que tenía a su Madre al discípulo amado. Nos deja hoy a todos a su Madre. Recibamos pues a la celestial doncella de Nazaret, consolemos a la Consoladora, en esta tarde. Dolores y Consuelos, mutuos, tratemos íntimamente a la Señora, miremos sus dolores por tanta ingratitud humana, sintamos su consolación. Amén.

Pedro Sola, Párroco