Celebramos el cuarto Domingo de Pascua, mientras el mundo entero se va replegando de distintas formas ante la realidad de un virus que nos ha descolocado por completo a todos los niveles: sociales, sanitarios, laborales, familiares y personales, y también de fe. Apenas vamos siendo capaces de articular palabra ante una experiencia que no alcanzamos a comprender del todo. Llegan a nuestros oídos cifras de muertos e informaciones siempre incompletas, mientras en muchos hogares se llora con dolor la pérdida de seres queridos.
Es Pascua. El Señor Resucitado nos visita en este Domingo del Buen Pastor. Él nos recuerda que no estamos abandonados ni caminamos errantes: tenemos un pastor que nos conoce, para el que somos importantes, que se sabe nuestros nombres y al que le importa profundamente todo lo nuestro. Tampoco somos ovejas descarriadas, condenadas a vivir confinadas o en solitario: pertenecemos a un rebaño, al grupo de aquellos que “quieren seguir las huellas” del Pastor.
“Jesús vive y te quiere vivo”: con este lema (comienzo de la Exhortación del Papa Francisco a los jóvenes) celebramos, también hoy, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y el día de las Vocaciones Nativas. ¡Buen y esperanzador mensaje para estos momentos difíciles!
¿Qué tenemos que hacer?
Es la pregunta que también nosotros nos hacemos en estos momentos de incertidumbre e inseguridad, cuando nos sentimos especialmente frágiles. Ahora que no hay respuestas para ninguna de nuestras cuestiones, al menos de forma inmediata. Se nos invita a convivir con interrogantes y dudas, a asumir que no lo podemos saber ni controlar todo. A adentrarnos en el silencio, puerta del Misterio, que acoge, acepta, contempla y deja a Dios seguir trabajando. A Pedro le preguntaban desde el descontento y la culpabilidad (“vosotros le crucificasteis”) y el fracaso de experiencias religiosas frustrantes. El apóstol no tiene una receta mágica. Sólo invita al cambio de vida y a la acogida de un Dios que se vive, no que se conoce intelectualmente (“convertíos y bautizaos”). ¿No seguirá siendo actual la invitación en esta realidad presente? Cuando todo nos empuja a dar un giro a nuestros hábitos diarios y a buscar lo más auténtico y real de la vida humana…
Es Pascua. El Señor Resucitado nos visita en este Domingo del Buen Pastor. Él nos recuerda que no estamos abandonados ni caminamos errantes: tenemos un pastor que nos conoce, para el que somos importantes, que se sabe nuestros nombres y al que le importa profundamente todo lo nuestro. Tampoco somos ovejas descarriadas, condenadas a vivir confinadas o en solitario: pertenecemos a un rebaño, al grupo de aquellos que “quieren seguir las huellas” del Pastor.
“Jesús vive y te quiere vivo”: con este lema (comienzo de la Exhortación del Papa Francisco a los jóvenes) celebramos, también hoy, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y el día de las Vocaciones Nativas. ¡Buen y esperanzador mensaje para estos momentos difíciles!
¿Qué tenemos que hacer?
Es la pregunta que también nosotros nos hacemos en estos momentos de incertidumbre e inseguridad, cuando nos sentimos especialmente frágiles. Ahora que no hay respuestas para ninguna de nuestras cuestiones, al menos de forma inmediata. Se nos invita a convivir con interrogantes y dudas, a asumir que no lo podemos saber ni controlar todo. A adentrarnos en el silencio, puerta del Misterio, que acoge, acepta, contempla y deja a Dios seguir trabajando. A Pedro le preguntaban desde el descontento y la culpabilidad (“vosotros le crucificasteis”) y el fracaso de experiencias religiosas frustrantes. El apóstol no tiene una receta mágica. Sólo invita al cambio de vida y a la acogida de un Dios que se vive, no que se conoce intelectualmente (“convertíos y bautizaos”). ¿No seguirá siendo actual la invitación en esta realidad presente? Cuando todo nos empuja a dar un giro a nuestros hábitos diarios y a buscar lo más auténtico y real de la vida humana…
Sus heridas nos han curado
La muerte, la enfermedad y el dolor nos han visitado, nos han herido y aún sangran en muchas de nuestras familias. La herida desconcierta y urge a defenderse de ella. ¡Es una pelea frustrante! Y solemos perder en el intento. Vivir con heridas es propio de lo humano. En la Pascua se nos permite ver a un Resucitado con heridas aún calientes, que no lucha contra ellas, sino que las muestra victorioso, como la marca de su triunfo, la señal de una vida fuerte e inmortal. A nuestras heridas, que tenemos el derecho a llorarlas, les quiere hablar un Dios herido. Él nos entiende, nos escucha, nos puede abrazar con autoridad en nuestro dolor. ¿Cuáles son tus heridas y cómo Cristo puede hablarles?
Habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas
Muchos, en este deseo de cambiar de hábitos y de estilos de comportamiento, se plantean volver. ¿A dónde? A lo real, a lo que es humano y humaniza, a lo que toca el encuentro, lo profundo, lo auténtico. Volver al espacio en el que ya estuvimos porque fuimos engendrados. En ese regreso, la experiencia de fe, que toca con lo más sagrado de la persona, tiene mucho que aportar. Volver es el verbo de la conversión, de la experiencia esencial cristiana. Volver a Cristo es urgencia para nosotros, creyentes, en todo tiempo. Y acompañar a los que quieren volver parece una misión de auténtica evangelización en este momento. ¿Cómo, a quién podemos acompañar hacia Cristo en estas circunstancias?
Hay una puerta
Los pastores que trashumaban con los rebaños buscaban, para pasar la noche y recogerlos, espacios naturales más o menos protegidos. Sin puerta física que sirviera de protección, el pastor a quien le tocaba velar por la noche, se acurrucaba en la entrada, vigilando y defendiendo frente a las fieras. ¡Él era la puerta! No era entonces un instrumento de paso, sino de defensa. Frente al ladrón que solo quiere hacer daño o los rapaces que buscan su alimento… ¿Quién nos defiende ahora? El Resucitado vigila y cuida de los suyos. No estamos a merced de la incertidumbre y la inseguridad. Él tiene en sus manos nuestro destino, y eso es consolador… ¡Cristo no es puerta que cierra, limita o separa, sino guarda que protege, cuida y prepara para un futuro mejor!
Tenemos un pastor
Estamos cuidados. No vivimos desamparados o a merced de repentinos brotes (o rebrotes) víricos. Sentir esa sensación desde lo profundo nos fortalece y empuja a vivir con sentido todo lo que nos pasa. El pastor conoce a las ovejas y ellas se sienten seguras ante su voz; las saca, camina delante de ellas, las llama, le siguen… ¡Qué sensación de acompañamiento y de seguridad! Estamos cuidados, protegidos. O lo que es lo mismo: en medio de este caos somos conocidos, somos amados. ¿Lo experimentamos así? ¿Damos a conocer que éste es el núcleo de nuestra fe?
Jesús vive y te quiere vivo
En estas semanas estamos reconociendo a los “nuevos héroes”: los que realizan a conciencia su trabajo, incluso jugándose la salud en él. ¡Lo hacen por vocación, nos dicen ellos! Porque se han sentido llamados y han encontrado su sitio en un servicio que viven con pasión. Estos “héroes” de ahora viven en plenitud y contagian vida… En este Domingo oramos para que, como ellos, muchos encuentren su vocación en el servicio. A cualquier estado de vida, pero desde Cristo Servidor. Pedimos que ellos, los jóvenes y todos, no nos quedemos a medias en la vida. Pedimos que se despierte en nosotros, como nos invita el Papa Francisco, ánimo frente a la fatiga; gratitud porque no estamos solos y alabanza porque el Señor calma nuestras tempestades.