29 junio 2020

Domingo XIII del Tiempo Ordinario – 28/06/2020

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: … El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mi”

Estas son algunas de las palabras que leemos en el Evangelio de este domingo. La cruz es un acontecimiento, que ha llegado a ser un símbolo. Jesús la ha tomado sobre sus hombros y ha muerto en ella, la cruz, en el lenguaje cristiano, ha llegado a ser el símbolo del sufrimiento y dolor humano. “llevar la cruz” es sinónimo de padecer. En este sentido, la cruz es lo que nos pone en comunión o nos iguala a todos.

Si, todos llevamos nuestra cruz. Si, a veces, nos parece que solo las cosas nos van torcidas a nosotros, mientras que todos los demás gozan o se complacen, es solo porque conocemos nuestra cruz y no la de los demás. Somos nosotros como aquel enfermo, que se vuelve y se revuelve en la cama encontrándola incomoda, y en torno a si, fuera, ve otros lechos bien arreglados y allanados, e imagina que se debe estar bien en ellos. Mas, si por fin consigue cambiarse a ellos, comienza a sentir asimismo en ellos bien aquí un hueco, bien un nudo que le pincha o que le oprime.

Jesús no ha venido a la tierra para llevar la cruz. El, mas bien, nos ha dado a nosotros, el modo de llevarla. Le ha dado a la cruz un sentido y una esperanza: ha revelado donde ella conduce, si es llevada junto a el: a la resurrección y a la alegría.

Pero, ¿Cómo hacer comprender la palabra cruz a una sociedad como la nuestra, que a la cruz opone el placer a todos los niveles: que cree haber rescatado finalmente el placer, haberlo sustraído a la injusta sospecha y a la condena, que pesaban sobre el, que ensalza himnos al placer, como en el pasado se exaltaban los himnos a la cruz? ¿Una cultura del placer ha recibido hasta el apelativo de hedonista y de la que hasta, quien o mas o quien menos, todos formamos parte, aunque la condenemos de palabra?


Muchas incomprensiones entre la Iglesia y la cultura laica. Nosotros, al menos, podemos intentar concretar donde reside la verdad y descubrir que posiblemente hay un punto del que partir para un dialogo sereno entre la fe y la cultura sobre este tema. El punto común es la constatación de que en esta vida el placer y el dolor se siguen uno al otro con la misma regularidad con que al remontarse una ola en el mar le sigue una depresión y un vacío, que arrastra detrás al naufrago, que intenta alcanzar la orilla. El placer y el dolor están contenidos de modo enmarañado el uno en el otro.

El hombre busca desesperadamente separar a estos dos “hermanos” aislar el placer del dolor. A veces, se ilusiona de haberlo conseguido y en el gozo lo olvida todo y celebra su victoria. Pero, por poco tiempo. El dolor esta allí. No un dolor distinto, independiente, o dependiente de otra causa, sino precisamente el dolor que proviene del placer.

El mismo placer desordenado es el que retuerce contra nosotros y se nos transforma en sufrimiento. Y esto o improvisado o trágicamente o un poco a la vez, en cuanto que no dura por largo tiempo y engendra saciedad o aburrimiento. Es una lección, que nos llega de la crónica diaria, si la sabemos leer y entender.

La iglesia dice tener una respuesta que dar a esto y es el verdadero drama de la existencia humana. La explicación de esta. Desde el principio, ha habido una elección del hombre, hecha posible desde su libertad, que lo ha llevado a orientar exclusivamente la capacidad de la alegría, de la que había sido dotado para que aspirase a gozar del Bien infinito, que es Dios, hacia las cosas invisibles.

Dios ha permitido que al placer, escogido contra la ley de Dios y simbolizados en Adán y Eva, que gustan del fruto prohibido, le siguiese el dolor y la muerte, mas como un remedio que como un castigo. Y ello para que no sucediese, que siguiendo su egoísmo y su instinto el hombre se destruyese del todo y cada uno destruyese a su prójimo. Así, junto al placer vemos vincularse ya, como su sombra, el sufrimiento.

Cristo, finalmente ha destrozado esta cadena. El ‘por el gozo que se le proponía, soporto la cruz, sin miedo a la ignominia” (Heb 12,2). Hizo en suma, lo contrario de Adán y Eva y todo hombre. Resucitado de la muerte, el ha inaugurado un nuevo genero de placer, que no precede al dolor, como su causa sino que lo sigue como su fruto: el que encuentra en la cruz su fuente y la esperanza de no terminar ni siquiera con la muerte.

Y no solo el placer puramente espiritual sino todo el placer honesto, tras el placer, que sigue al sacrificio y lo que le precede o lo evita, existe la misma diferencia que entre una bonita vacación gozada tras la fatiga y después de haber pagado con anticipo el precio y una vacación vivida antes de haberla merecido con la sensación de que la cuenta esta aun sin pagar.

¿Que hacer por lo tanto? No se trata de irse en busca del sufrimiento, sino de aceptar con animo nuevo el que ya existe en nuestra vida. Nosotros podemos comportarnos con la cruz como la vela con el viento. Si ella lo recoge por la parte justa, el viento la hincha y la hace avanzar ligera a la barca sobre las olas, si, por el contrario, la vela se pone detrás, contra la corriente, el viento rompe el árbol, y lo echa todo a perder en el mar. Tomada bien, la cruz nos arrastra, tomada bien, nos deja para el arrastre.

No debemos malgastar el sufrimiento. El sufrimiento se desperdicia si hablamos de el todo el tiempo, sin necesidad o utilidad, lamentándonos de nuestros males con la primera persona que tengo cerca. Esto no es llevar la cruz, sino ponerla sobre los hombros de los demás. Deberíamos, mas bien, custodiar o guardar celosamente cualquier pequeño sufrimiento como un secreto entre nosotros y Dios, para que no pierda su perfume por ello.

Saber sufrir algo en silencio es una de las cosas que mas contribuyen a mantener la paz y la armonía entre las familias, en una pareja, o en una comunidad.

Como cristianos no debemos tener miedo al placer cuando este viene acompañado del cumplimiento del deber. Hay personas, que tienen miedo al placer. Les parece pecado, por abandonarse a el con alegría. El placer es de Dios y Dios no esta celoso de lo que ha creado. Aprendamos, a aceptar las alegrías, que existan en nuestra vida, y a agradecérselas a Dios, sin estar lamentándonos todo el tiempo por estas cruces. Finalmente saber alegrarse y gozar de las cosas buenas es el mejor modo de satisfacción y alegría da los demás.

¿Qué puedo hacer por tí?

Eliseo muestra la cercanía De Dios en forma de bondad, de bienes compartidos, de fertilidad para su pueblo.

El profeta es un testigo dispuesto siempre a hacer el bien a las personas que le rodean. Disponibilidad que es testimonio de su fe en Dios.

Muchas veces nuestros problemas, nuestra propia vida, nuestra fragilidad, hace que nos encerremos en nosotros mismos creyendo que nuestro problema personal es el único problema del mundo y de la humanidad.

Saliendo de nosotros mismos, podemos descubrir la solidaridad y la necesidad de ayudarnos mutuamente. La solidaridad en tiempos de angustia es siempre gratificante.

Muertos al pecado.

Los cristianos hablamos mucho del pecado, pero no lo entendemos. Pablo lo explica en término de muerte-vida. Si lo explicásemos como “negación de nosotros mismos”, con pecado nos negamos nuestra felicidad. El Cristiano es liberado por la muerte y la Resurrección de Jesucristo. Una vida de nuevas relaciones con Dios y con los demás.

La opción por el Reino.

La opción por Jesús y por sus medios de acción (la misericordia) así como sus objetivos (la justicia, el amor y La Paz), siempre traerán enemistad, ruptura... hacia los que trabajan con otros afanes y otros métodos. Es evidente que el planteamiento de Jesús y su reinado no utiliza los medios ni los métodos del poder y de la fuerza o la guerra.

La opción por Jesús y su reino está cargada de radicalidad y de prioridades: antes que la propia familia, las amistades y por supuesto las cosas (dinero, negocios, intereses...).

El mensajero, en su misión, tiene que llevar la propia cruz y parte De la Cruz de los demás porque forma parte de sus actividad misionera. Es una forma de testimonio y convicción.