07 junio 2020

Santísima Trinidad

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros.

1.- Éste es el saludo que San Pablo dirige a los cristianos de Corinto en la segunda lectura de la fiesta de la Santísima Trinidad. Se trata de un saludo trinitario; en efecto, en él vienen mencionados las tres divinas personas: el Padre (Dios), el Hijo (Jesucristo) y el Espíritu Santo.

La vida cristiana se desarrolla toda ella con el signo y con la presencia de la Trinidad: bautismo (inicio), unción de los enfermos – encomienda del alma (final), matrimonio, orden sacerdotal...


¿Por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que Dios existe para añadirnos también que él es “uno y trino”?

Los cristianos creen que Dios es trino, porque creen que Dios es amor
. Es la revelación de Dios como amor, hecha por Jesucristo, la que nos obliga a admitir la Trinidad.

Dios es amor, ahora bien, es claro que si es amor se debe amar a alguien. No hay un amor sobre el vacío o no dirigido a alguien. Entonces nos preguntamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ama a los hombres. Pero, los hombres sabemos que existen desde hace millones de años, no más. Antes de entonces, ¿A quién amaba Dios, desde el momento en que es definido amor? En efecto, no puede haber comenzado a ser amor en un cierto momento del tiempo, porque Dios no puede cambiar.

Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero, el universo existe desde hace algunos millones de años. Y, antes, ¿a quién amaba dios para definirse amor? No podemos decir que se amaba a sí mismo, porque amarse a sí mismo no es amor, sino egoísmo o como dicen los pscólogos, narcisismo.

He aquí la respuesta de la revelación cristiana, que ha recogido y explicado la Iglesia. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo a un Hijo, el Verbo, al que ama con amor infinito, y esto es el Espíritu Santo. En cada amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une.

El Dios cristiano es uno y trino porque es comunión de amor. En el amor, unidad y pluridad se concilian entre sí, el amor crea la unidad en la diversidad: unidad de intenciones, de pensamientos, de quereres y diversidad de sujetos, de características y, en el ámbito humano, de sexo.

La teología se ha servido del término naturaleza para indicar la unidad de Dios y del término persona para indicar la distinción. Por eso, decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana sobre la Trinidad no es un retorno, un compromiso entre monoteísmo y politeísmo. Es, al contrario, un paso adelante, que solo Dios mismo podría hacer entender a la mente humana.

Por lo demás, esto nos ayuda a aclarar la contradicción profunda del moderno ateísmo. Según Marx y en general todos los ateos modernos, Dios no sería mas que una proyección del hombre. Dios no habría creado al hombre a su imagen sino que el hombre habría creado a Dios a su imagen. En otras palabras, detrás del término Dios no habría mas que a idea que el hombre se hace de sí mismo, como uno que se cambia por una persona distinta con la propia imagen reflejada sobre un arroyo o sobre el agua.

Todo esto puede ser verdad en comparación con cada Dios, pero no del Dios cristiano. ¿Qué necesidad habría tenido el hombre de dividirse a sí mismo en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, si verdaderamente Dios no es más que la proyección que le hombre se hace de sí mismo? La doctrina de la Trinidad es, por sí sola, el mejor antídoto al ateísmo moderno.

Puede que no se entienda nada de lo anterior. Cuando nos encontramos en la orilla de un lago o de un mar y queremos saber qué hay en la otra orilla, lo más importante no es agudizar la vista y buscar escrutar el horizonte sino subir en una barca, que os lleve a la otra orilla. En las comparaciones con la Trinidad, lo más importante no es especular en el misterio sino permanecer en la fe de la Iglesia, que es la barca, que nos lleva a la Trinidad.

2.- La Trinidad es el modelo de cada comunidad humana, de la mas sencilla y elemental, que es la familia, hasta de la Iglesia universal. Y veamos precisamente qué puede aprender una familia del modelo trinitario. Si leemos con atención al Nuevo Testamento, en donde la Trinidad se ha revelado, notamos una especie de regla o norma. Cada uno de las tres personas divinas no habla de sí sino que habla de la otra; no llama la atención sobre sí misma sino sobre la otra.

Cada vez que Dios Padre habla en el Evangelio es siempre revelar algo del Hijo: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”

Jesús, a su vez, no hace más que hablar del Padre.

El Espíritu Santo, cuando viene al corazón de un creyente, no comienza por proclamar su nombre. Nos enseña a decir Abba, que es el mismo nombre del Padre y a decir Maranatha, que es una invocación dirigida a Cristo, y que quiere decir: “Ven Señor, Jesús”

Intentad pensad qué produciría este estílo si estuviera transladado a la vida de una familia. El padre, que no se preocupara tanto en afirmar su autoridad, cuanto la de la madre. La madre, que, antes aún de enseñar al niño a decir mama, le enseña a decir papa. ¡es la ley del amor! María muestra haberlo asimilado a la perfección. Dirigiéndose a Jesús, después de haberlo encontrado en el templo, le dice: “Mira tu padre y yo, angustiados, te andabamos buscando” pone la angustia del padre antes que la suya.

Esto parece una cosa de nada, y por el contrario, ¡cuántas cosas cambiarían si este estilo fuera imitado en nuestras familias y comunidades! Estas llegarían a ser en verdad un reflejo de la Trinidad en la tierra y los lugares donde la ley, que lo regula todo, es el amor. Pequeños paraísos en la tierra.

Hay un pequeño signo que nos acompaña a lo largo de toda la vida, es la señal de la cruz. Es un gesto, que realizamos trazando la cruz, recordando la pasión y muerte de Cristo, mientras que las palabras, que pronunciamos: “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Debemos descubrir la belleza y eficacia de este pequeño gesto. Cada vez que hacemos una hermosa señal de la cruz, con calma y dignidad, invocamos su protección sobre nosotros contra los enemigos interiores y exteriores y revivimos nuestra fe. Milagros han acaecido con la simple señal de la cruz.