El domingo pasado la escena del Evangelio era de alegría. Jesús multiplica los panes y los peces, todos han comido y se han saciado.
Jesús ordena a sus discípulos subir a la barca y marcharse. No quiere que se acomoden al éxito y olviden cual es el camino que tienen que recorrer. Ahora que todos estaban saciados despide a la gente.
Jesús se retira a la montaña para orar. La noche va llegando y hay un fuerte viento y la barca de los apóstoles tiene peligro de hundirse. Jesús viene a su encuentro “de madrugada” andando sobre las aguas. Pedro le pregunta: ¿Señor eres tu? Y Jesús le responde: ven
Pedro ha sentido miedo y comienza a hundirse, pero le grita al Señor: Señor sálvame.
Jesús extiende la mano, tira de él y le dice: Qué poca fe, ¿porqué has dudado?
Jesús ha subido al cielo, dónde vive intercediendo por los suyos. Aquella tarde empujó la barca en el lago, ahora, empuja la barca desde el cielo. Entonces se había levantado un viento contrario, ahora la Iglesia vive experiencia de persecución y contrariedad. ¿Sientes ese viento contrario en tu vida? En esta situación ¿Qué experiencia tenemos del recuerdo de aquella noche? Que Jesús no está lejano y ausente, que se puede contar siempre con Él. Que Jesús les ordena ir andando sobre las aguas, contrarias de este mundo, apoyados únicamente por la fe.
No será fácil habrá momentos de oscuridad, incluso nos preguntaremos, si ha sido un fantasma, esto es, si lo vivido o creído ha sido una ilusión o deslumbramiento.
¿Cuál es ese viente contrario? ¿Cuál es esa falta de fe?
Tenemos que buscar e identificar en nuestra vida la barca hundiéndose: en el matrimonio, el negocio, la salud... El viento contrario puede ser, la hostilidad, la incomprensión, la enfermedad...
Durante algún tiempo, quizás hemos decidido no perder la fe y confiar en Dios, caminando sobre las aguas, esto es fiándonos únicamente de la ayuda De Dios. Pero, después, viendo la prueba larga y dura, hay un momento en el que nos parece no conseguir el objetivo y comenzamos a hundirnos. Hemos perdido la valentía. Este es el momento de recordar este evangelio y escuchar las palabras de Jesús a los apóstoles: “Soy yo, no tengáis miedo”.
Anda sobre las aguas
De vez en cuando tenemos en los evangelios escenas desconcertantes, incluso como para dudar si hablarán de películas, virtuales o físicas, si sucedieron como suena. Aunque aceptamos que los evangelistas describen muchas veces escenas con perspectiva simbólica, como hijos de su tiempo.
Así, la nave de Pedro es símbolo, figura de la Iglesia; el mar, del mundo en cuanto aventura, con sus secretos, riesgos, peligros. En la nave-Iglesia pasan cosas que desconciertan. Puede llegarse a pensar que Jesús ha desaparecido, que hemos quedado solos. Pero sus palabras suenan reales: ir al otro lado del mar; allá os esperaré...
¿Al otro lado de la vida? Me gusta pensar que puedo darle un sentido a esas palabras: tal vez Jesús me está esperando en la playa de la Vida Verdadera y esa esperanza me lleva a navegar con confianza mientras vivo. Pero los evangelistas tienen otra perspectiva: Jesús camina sobre la piel y las olas del mar y, además, de noche. ¿Qué significará?
Los que estudian el simbolismo en los evangelistas piensan que lo más importante que buscan es presentar a Jesús como Dueño del mar, es decir, Señor no solo de la tierra, sino del mar y de cuanto contiene: camina sobre las olas sin perecer; con él se navega con seguridad. Jesús es el Señor de todo; nos dice como a Pedro: ¿Por qué tienes miedo?
¿Cómo no sorprenderse ante las acciones de Jesús, ante sus milagros? En ellos descubrimos una constante: actualizan el poder con que Dios creó el mundo: su Palabra.
Jesús, Palabra hecha carne, revela hoy su divinidad; la manifiesta oportunamente para que la fe en él nazca y crezca.
Tenemos aquí cada uno como un termómetro de fe. Con la mano en el corazón:
• ¿Creo que vale la pena seguirlo, trabajar por la justicia y la paz, por lo que él ha dado su vida y sigue dándola?
• ¿Creo que en la otra vida seré feliz o me parece que la alegría eterna en Dios es pura fantasía? No, me digo, Jesús es la Verdad y me da la Verdad.
El Jesús que camina sobre las aguas es el Dios que creó el cielo, la tierra y el mar. Es el Señor, el único que puede llevar a la humanidad a su destino. Cito de un estudioso de la figura de Jesús (G.Lohfink). Dice: “Jesús pide fe para que pueda producirse un milagro. Los milagros surgen de las miserias que le salen a su encuentro, son inicio del mundo nuevo que Dios quiere, son señales de que el reino de Dios entra con fuerza y se cumplen las promesas de las Escrituras”
Creamos en este Jesús, que hoy hizo caminar en la noche sobre el mar a Pedro. Pidámosle su mano como Pedro se la pidió: de su mano caminaremos seguros como si el mar de la vida fuese tierra tan firme como la que pisamos.
Con él y en comunidad, acogiendo su Espíritu, no tendremos peligro de extraviarnos. Él irá delante, no yo; si me pongo yo delante, podré estrellarme; yendo él, abre camino seguro. Termino recordando el caso de una chica que, de manera extraordinaria, vivió la noche. Había nacido sorda; quiso estudiar medicina pensando llegar a investigar su caso; casi acabada la carrera, quedó ciega y paralítica. Prisionera en aquella noche cerrada, para ella Jesús es luz y alegría; dicta a su madre cartas a enfermos como ella, los invita a descubrir a Jesús: “con él venzo las noches del alma, las tormentas y angustias de la vida”. Se llamaba Benedetta; fue y es hoy bendición para quien siga su ejemplo. Seguía a Jesús, se dejaba guiar, no se ponía delante. Como Pedro, tendía a Jesús su mano necesitada.
¿No debemos pedirle a Jesús su mano cuando nos sentimos en peligro? Cojámosela y no la soltemos. Jesús, que, creyendo en ti, venzamos contigo nuestras oscuridades, los momentos negros en el mar revuelto o sereno de la vida.
Feliz semana