El tema de nuestra reflexión este domingo es la corrección fraterna.
Esta forma de corregir exige una libertad interior y una gran madurez, por eso es bastante difícil.
La convivencia esta llena de contrastes, conflictos y errores, debido al hecho de que somos distintos por temperamento, por puntos de vista y por gustos.
1.- Jesús presenta el caso de uno que había cometido algo, que es erróneo: “si tu hermano peca...”
No lo restringe al campo sólo a una culpa cometida en relación con nosotros. Es prácticamente imposible distinguir si a la hora de movernos es el celo por la verdad o si por el contrario, no es nuestro orgullo. En este sentido sería una autodefensa y no corrección fraterna.
¿Por qué dice Jesús repréndelo a solas?
Por el respeto y por la dignidad del hermano. Cuando la corrección se hace pública, todo cambia. Sería bien difícil que una persona acepte la corrección en público.
Dice además “ente los dos”, para dar la posibilidad a la otra persona a poder defenderse y explicar con toda libertad lo realizado. Muchas veces, lo que a un observador externo le parece una culpa, en la intención de quien la ha realizado no lo es. Muchas veces una explicación elimina los malentendidos. Pero esto no es posible cuando se hace público.
¿Has corregido alguna vez a alguien en público? ¿Y en privado? ¿Te han corregido en público?¿Y en privado? ¿Que diferencia hay? ¿cuál es la opción que tu prefieres para que te corrijan?
2.- ¿Cuál es según el evangelio, el motivo último por el que es necesario practicar la corrección fraterna?
No es por demostrar los errores de los demás y demostrar nuestra superioridad.
La finalidad es para “ganar a un hermano”, esto es, buscar el bien del otro. Para que pueda perfeccionarse y no tener desagradables consecuencias, buscar en definitiva su salvación eterna.
La corrección recíproca, si es hecha con el espíritu del Evangelio, es algo bello. Cuando por cualquier motivo no es posible corregir fraternalmente de cara a cara, según el evangelio hay algo que se necesita evitar hacer a la persona que ha errado y es divulgar la falta del hermano, hablar mal de él y hasta calumniarlo, dando por probado lo que no lo es o exagerando el error.
El mal, las malas noticias y los escándalos de hoy tienen muchos canales de difusión a lo que no es necesario añadir otros. Hemos de proponernos ser el término del mal, que con nosotros termine esa transmisión: habladurías, calumnias... que nosotros no les demos importancia o incluso las olvidemos. Cada vez que esto acontece es una victoria del bien sobre el mal. El mundo resulta un poco mas limpio.
Una vez, una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri, acusándose de haber hablado mal de algunas personas. El santo la absolvió, pero le impuso una extraña penitencia. Le dijo que debía ir a su casa, coger una gallina y volver donde él estaba desplumándola bien a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo delante de él, le dijo: ahora vuelve de nuevo a casa y recoge cada una de las plumas, que has dejado caer. La mujer le dijo que era imposible: el viento las había dispersado. San Felipe le dijo: ¿ves cómo es imposible recoger las plumas? También es imposible recoger las murmuraciones y las calumnias una vez que han salido de nuestra boca.
3.- No siempre depende de nosotros, que tenga éxito la corrección fraterna. Quien quiera corregir debe estar dispuesto a aceptar una corrección. Cuando veías a una persona, que recibe una observación, o la oís con sencillez: “Tienes razón, gracias por decírmelo” estamos ante una persona humilde.
Evitad que la corrección sea un acto de acusación o crítica. Aprovechar la corrección para evidenciar todo lo bueno que tiene esa persona y lo mucho que esperamos de ella, de manera que la corrección sea para crecer y animar que para destruir y descalificar.
No es fácil, en cada uno de los casos, entiende el si es mejor corregir o dejar hablar o callar. Por eso es necesaria la regla de oro del apóstol de la segunda lectura: “a nadie le debáis nada, mas que amor... uno que ama a su prójimo no le hace daño”
4.-El texto que la liturgia nos ofrece en este domingo tiene como núcleo particular el perdón. Al final, Jesús ofrece el principio donde se inspira todo el proceso que acaba de describir: la oración, la experiencia espiritual. La gestión evangélica de los conflictos debe tener un ambiente de encuentro con Dios: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo, en medio de ellos”. Y se hace referencia a la oración en común, que es escuchada por el Padre. Detengámonos en este perdón que el Señor nos pide. Dios ha creado al hombre para la solidaridad, para el amor mutuo. Pero el hombre, en los inicios, eligió su propio yo frente al otro, frente al amor y la fraternidad. A la pregunta de Dios por el hermano, responde con una respuesta insolidaria y egoísta: “acaso soy yo guardián de mi hermano”.
El individualismo continúa elaborando esta respuesta y la justifica de mil maneras. Y, sin embargo, Dios nos sigue pidiendo que seamos guardianes de nuestros hermanos. En la comunidad cristiana todos somos guardianes unos de otros; todos custodios de nuestros hermanos, precisamente por esa presencia de Cristo Resucitado en medio de la fraternidad. Sin esta realidad comunitaria no es posible entender el perdón del que nos habla Jesús. La comunidad necesita en su interior una serie de fuerzas que la construyen y la cohesionan. En ella debe reinar la paz, la concordia, las relaciones interpersonales, la acogida mutua, la comprensión, el respeto mutuo etc. Pero no podemos olvidar que está construida sobre instrumentos débiles que con facilidad pueden desviarse hacia el individualismo y la ruptura de la comunión. La comunidad debe ejercer en esos momentos las funciones más decisivas de la fraternidad: la búsqueda de la reconciliación. No es necesario que interpretemos desde nuestras categorías y circunstancias las diferentes modalidades que el texto ofrece. La enseñanza del evangelio va al fondo de la cuestión: construir puentes, dialogar, escuchar, acoger la diversidad, buscar modos para restaurar la paz, facilitar el perdón…son actitudes que debemos cultivar para fomentar en la sociedad y en la Iglesia esa cultura del encuentro, en la que tanto insiste el Papa Francisco.