Descubrir el propio Bautismo cuando recordamos el Bautismo de Jesús en el Jordán.
«“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”»
En la Epifanía Cristo estaba en brazos de su madre; el domingo siguiente, nos encontramos con un hombre de de 30 años, confundido entre la muchedumbre que se agolpa sobre la orilla del Jordán donde Juan Bautista está bautizando.
Jesús viene a solicitar su bautismo junto con los pecadores, como alguien que espera su turno ante un confesionario lleno de penitentes. Pero misterio más grande es el que la liturgia y el evangelio dejan de narrar: esos treinta años de silencio en los que Jesús manifestó su condición humana haciéndose en todo semejante a los hombres menos en el pecado (Fil. 2,7; Hebr. 4,15). También esto es evangelio: evangelio del silencio. Ese vacío de 30 años deben enseñamos precisamente esto: en Nazaret, Jesús vivió lo cotidiano de la vida.
1.Realidades del bautismo cristiano: la remisión de los pecados, el don del Espíritu, la filiación divina y la misión profética a ser instrumentos de salvación para los demás.
Reflexionemos de la misión profética. Con el bautismo, el cristiano entra a tomar parte de la misión profética de Jesús y del pueblo mesiánico fundado por él. El mismo nombre de “cristiano”, con el cual desde ese día tiene el derecho de llamarse, significa “ungido” o consagrado, junto con Cristo. Isaías dice en la primera lectura en qué consiste tal unción recibida de Jesús: Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones... (Is. 61, 1).
Jesús es, por tanto, consagrado a un servicio para todos los hombres: un servicio de salvación, de liberación, de justicia. Y nosotros por nuestro Bautismo, recibimos la misma tarea: éste nos ha consagrado a un servicio de salvación para los demás, especialmente para los pobres, los afligidos... Entonces, no un privilegio, es una tarea, debemos dar testimonio del amor de Dios y comunicar el mensaje de la Navidad: “Dios está con nosotros”
¿Jesús, tenía necesidad de ser bautizado como nosotros? Ciertamente, no. Él quiso mostrar con aquel gesto que se había hecho uno como nosotros en todo. Sobre todo, quería poner término al bautismo «de agua» e inaugurar el «del Espíritu». En el Jordán no fue el agua la que santificó a Jesús, sino que Jesús santificó el agua. No sólo el agua del Jordán, sino la de todos los baptisterios del mundo.
2.- Rito del bautismo. Sacramento.
Como todo sacramento, el bautismo está hecho de dos cosas: de gestos y de palabras. Asemeja a una representación, a un teatro. La diferencia está en que en el teatro el acontecimiento está representado, en el sacramento está renovado. Podemos decir que también en el sacramento el acontecimiento está representado, siempre que entendamos el verbo en el sentido fuerte de que está hecho presente. El sacramento, se dice en teología, «causa lo que significa». Recorramos los momentos principales del rito.
- Imposición del nombre.«¿Qué nombre habéis elegido para vuestro hijo?» En este momento, viene pronunciado en público por vez primera el que será nuestro nombre para la eternidad. La Biblia nos asegura que también Dios nos conoce y nos llama por el nombre (cfr. Isaías 43, 1).
- La renuncia a Satanás y la profesión de fe.
- El agua: el agua del Jordán/el agua que brotó del costado de Cristo. El celebrante pide a los padres que se acerquen a la fuente, toma entre los brazos al niño o a la niña y, llamándole por su nombre, por tres veces lo sumerge en el agua, pronunciando las sencillas y solemnes palabras señaladas por Jesús mismo en el Evangelio: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Aquí se ve cómo en los sacramentos es importante ver y oír. Hemos visto realizar un gesto y hemos oído pronunciar algunas palabras. En esto está la clave para entender el significado profundo del bautismo. Ante todo, el gesto. Por tres veces el niño se sumerge enteramente o sólo con la cabeza en el agua y por tres veces ha surgido. Esto simboliza a Jesucristo que durante tres días fue sepultado bajo tierra y al tercer día resucitó. San Pablo en efecto explica así el bautismo: «¿Es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva».
3. Efectos del Bautismo.
En el actuar de Dios se nota siempre una desproporción entre los medios empleados y los resultados obtenidos. Los medios son sencillísimos (en el bautismo, un poco de agua junto con alguna palabra); los resultados, grandiosos. El bautizado es una criatura nueva, ha renacido del agua y del Espíritu; ha llegado a ser hijo de Dios, miembro del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, y templo vivo del Espíritu Santo. El Padre celestial pronuncia sobre cada niño o adulto, que sale de la fuente bautismal, las palabras que dijo sobre Jesús cuando salió de las aguas del Jordán: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto o mi hija predilecta: en ti me he complacido».
4. ¿Por qué bautizar a los niños siendo pequeños? ¿Por qué no esperar a que sean mayores y decidan ellos mismos libremente? El mundo y el maligno no esperan a que vuestros hijos tengan veinte años para inocularles las semillas del mal. Por otra parte, queriendo ser coherentes, con este paso sería necesario no enseñarles a los niños ninguna lengua, no darles educación alguna, ni inculcarles principio alguno, dejando que un día decidan por sí mismo cuál adoptar. Pero, hay una razón mucho más seria que éstas. Cuando habéis procreado a vuestro hijo y le habéis dado vida, ¿quizás le habéis pedido primero su permiso? No era posible; pero, sabiendo que la vida es un don inmenso, habéis supuesto justamente que el niño un día os habría sido agradecido por ello. Acaso, ¿se le pide permiso a una persona antes de hacerle un regalo? ¿Qué regalo sería? Ahora bien, el bautismo es la vida divina que nos viene gratuitamente «donada» a nosotros. No es violar la libertad de los hijos; hacer, sí, que puedan recibir este don en el alba misma de la vida. Cierto, todo esto supone que los padres sean ellos mismos creyentes y quieran ayudar al niño a desarrollar el don de la fe. La Iglesia les reconoce a ellos una competencia decisiva en este campo. Por esto no quiere que un niño sea bautizado contra la voluntad de sus padres.
¿Qué finalidad puede haber tenido para adultos como nosotros el haber revisado los ritos de nuestro bautismo y escuchado su explicación? ¿Sólo una finalidad informativa? No, ciertamente. Ésta es la ocasión, si somos creyentes, para renovar y ratificar nuestro mismo bautismo. En el bautismo, otros han prometido por nosotros, se han hecho garantes. A la pregunta del sacerdote: «¿Qué pedís a la Iglesia de Dios?», han respondido en nombre nuestro: «La fe»; a la pregunta: «¿Renuncias a Satanás?» han respondido: «Sí, renuncio»; ala pregunta: «¿Crees?» han respondido: «Creo»; a la pregunta: «¿Quieres ser bautizado?», han respondido, siempre en nombre nuestro: «Sí, quiero». Es necesario que, una vez en la vida, nosotros decidamos por sí solos, en libertad, qué responder a todas estas preguntas. Sólo entonces nuestro bautismo viene «liberado» y puede expresar toda su fuerza. Sólo entonces viene como «descongelado» y nosotros, de cristianos nominales, llegamos a ser cristianos reales, maduros.