Vivir solo de lo inmediato, puede distorsionar totalmente nuestra vida y también nuestra vida cristiana. Al comenzar la Cuaresma, si no queremos equivocarnos, más que pensar en ayunos y abstinencias, es bueno que pongamos los ojos en Jesús y tratemos de ajustar nuestra vida, nuestra manera de obrar y pensar y nuestras palabras a las suyas. Esta es la verdadera conversión y revisión de vida a la que nos llama la Cuaresma: tener a Cristo siempre como referencia. La tradición, el costumbrismo, el ambiente, “el siempre se ha hecho así” pesan tanto sobre nosotros que nos resulta difícil pensar y actuar de otra manera, pero la conversión auténtica es una conversión a la persona de Jesucristo y a recuperar nuestra conciencia de bautizados.
Poniendo los ojos en Jesús, especialmente en este primer domingo de Cuaresma, encontramos que el texto evangélico nos lo presenta iniciando su vida pública. El mismo Espíritu, que se había manifestado en su Bautismo, lo empuja ahora al desierto donde será tentado. El desierto bíblicamente más que lugar geográfico es el momento de la prueba, de la dificultad, de la enfermedad, de la toma de decisiones, es el lugar o el momento en que se opta o por Dios o por el diablo.
S. Marcos no nos indica en qué consintieron las tentaciones de Jesús, pero con la expresión “siendo tentado por Satanás” (v.13) quiere indicarnos de una manera sintética y clara que la vida de Jesucristo estuvo sometida constantemente a la tentación. La última y mayor tentación sería que se bajara de la cruz (Cf. Mc 15,32).
Las tentaciones de Jesús están ligadas a su misión, y el intento de Satanás será desviarlo del camino marcado por Dios para que no lleve a cabo la Redención o al menos reducir su misión a un plano meramente humano; es decir que renuncie a la cruz, pero Jesús se mantuvo vigilante en la oración para descubrir las sutilizas del diablo y para encontrar la fuerza que necesitaba en la oración y en el trato con el Padre. Jesús no se dejó engañar por las mentiras diabólicas disfrazadas de verdad.
Si volvemos los ojos ahora hacia nosotros, descubrimos que cada uno también ha recibido en el bautismo la misión de ser anunciador del evangelio, misión que constantemente se ve amenazada por la tentación y el pecado. El diablo intenta convertirnos en sus instrumentos para impedir que el reino de Dios sea una realidad.
Las tentaciones tendrán muchas formas, serán de tipo espiritual, social, económico, pero siempre atrayentes y disfrazadas de felicidad, como en el caso de Adán y Eva en el Paraíso terrenal (Cf Gn 3,6), pero en último término, todas intetan que la obra redentora de Cristo no llegue a nosotros y a que no seamos cauce para que llegue la misma obra a los demás.
Y junto a la tentación nos encontramos también con la fuerza del Espíritu Santo para ser fieles a Dios, para tomar con entera libertad las decisiones que valen la pena y tomarlas delante de Dios en oración y austeridad. Solamente con la fuerza del Espíritu Santo, la fuerza de la oración y la vigilancia, como nos indica S. Pedro (1P 5,8-9), imitaremos a Jesucristo, venceremos nuestras tentaciones y podremos decir que estamos en proceso de conversión.
La tentación suele además pasarnos por el desierto, por la humillación, del sin sentido de lo que hacemos o creemos, pero es precisamente ahí donde encontraremos el mejor espacio para la revelación y la intimidad con Dios, y este desierto lo podemos encontrar donde menos lo esperamos y donde menos nos gusta: en el vacío de la enfermedad y la vejez, en la desilusión, en un fracaso, en la soledad, lo podemos encontrar en esta situación problemática de coronavirus que estamos viviendo… ¡Cuantas personas han rehecho su vida o han descubierto al Dios de Jesucristo en situaciones semejantes! El desierto nos hará ver la autenticidad de nuestra vida cristiana.
Al contemplar a Jesús luchando y venciendo la tentación, el creyente encuentra abierta una ventana de esperanza: es posible vencer el mal. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
2. Empujar es mover algo o a alguien con fuerza, pero también es motivar o influir para que alguien lleve a cabo una decisión, una iniciativa, una acción. Y este primer domingo de Cuaresma hemos visto que el Espíritu empujó a Jesús. El Espíritu Santo siempre está presente en la vida de Jesús, desde su concepción (El ángel dijo a María: El Espíritu Santo vendrá sobre ti…), pasando por su Bautismo (el Espíritu bajó sobre Él) hasta su resurrección, como hemos escuchado en la 2ª lectura: Como era hombre lo mataron, pero como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida. Y como también hemos escuchado, con este Espíritu fue a proclamar su mensaje…
Jesús, ya adulto, comienza su “vida pública”. Lo lógico, lo esperable, hubiera sido que Jesús empezase cuanto antes a proclamar el Evangelio a la gente, convocando a multitudes. Pero sorprendentemente el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días.
¿Por qué el Espíritu empujó a Jesús al desierto? El desierto es una zona inhóspita y muy poco habitada, pero en la Biblia también es lugar de prueba, de corrección, de reflexión y de encuentro con Dios. Todavía podríamos admitir que Jesús se había tomado un tiempo de retiro y tranquilidad antes de iniciar su vida pública, pero de nuevo nos sorprende: se quedó en el desierto dejándose tentar por Satanás. Y de nuevo nos preguntamos: ¿Por qué, qué le empujó a eso?
La tentación es una prueba para comprobar la calidad de nuestra fe, y Satanás es lo opuesto a Dios. Precisamente en los “desiertos” de la vida, en las dificultades, en las circunstancias y ambientes opuestos a Dios, es donde se pone a prueba nuestra fe. Y ante la tentación, ante la prueba, podemos salir fortalecidos, o sucumbir a la tentación.
Jesús se quedó en el desierto dejándose tentar porque así, como diremos después en el Prefacio, “al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado”. Jesús se dejó empujar por el Espíritu a la tentación para que, como Él, con la fuerza del Espíritu, sepamos cómo vencerla y salir fortalecidos.
Entonces estaremos en condiciones de proclamar el Evangelio de Dios de forma creíble: porque sabemos lo que es la tentación, lo opuesto a Dios, pero cuando quien nos empuja es el Espíritu, podemos superar las pruebas.
3. Este primer domingo de Cuaresma, para iniciar la conversión a la que Jesús nos llama, nos invita a preguntarnos: ¿Qué o quién nos empuja en nuestra vida, qué o quién nos mueve, nos motiva? ¿Es conforme al Evangelio, o contrario a él? ¿Me dejo empujar por el Espíritu a la hora de tomar decisiones? ¿Qué tentaciones, qué pruebas he tenido? ¿Supe rechazarlas desde la fe?
La Cuaresma es una oportunidad para dar un giro a nuestra vida, no porque cambien nuestras circunstancias externas, sino porque estamos convirtiéndonos mejor al Evangelio y eso se nos nota en el día a día. Y, como dijo el Papa San Pablo VI en Evangelii nuntiandi 21: “A través de este testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira?”. Así tendremos ocasión de mostrar que Quien nos empuja es el Espíritu Santo que hemos recibido en el Bautismo y la Confirmación.
Esta Cuaresma el Señor nos llama de nuevo a convertirnos mejor al Evangelio y a proclamarlo. Dejémonos empujar por el Espíritu con confianza, como Jesús, aunque sea en medio de desiertos y tentaciones, porque “el Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca”.