1. Con frecuencia expresamos el misterio de la Santísima Trinidad en palabras abstractas. Los apóstoles entendieron que Jesús era el Salvador, enviado por el Padre. Y en Pentecostés experimentaron la acción del Espíritu Santo. Comprendieron que Dios es: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego este misterio tiene que ver con la vida creyente y con las consecuencias radicales para la vida. Nada tiene de abstracción.
Si tuviésemos que resumir el mensaje del Antiguo Testamento en una sola afirmación, podríamos decir que consiste en el permanente empeño de Dios en manifestar su cercanía al pueblo. Desde el inicio de la Escritura se nos presenta a Dios en diálogo con el hombre y con su pueblo. Somos parte de esta herencia y llamada a ser en relación. La iniciativa de Dios Padre es el origen que nos capacita para ser originales, la fuente que sacia nuestra sed y cambia la soledad.
San Ireneo, como maestro de la fe, habló de las dos manos de Dios: el Padre actúa por medio de sus dos manos, el Hijo y el Espíritu Santo. Las dos manos actúan conjuntamente.
Nosotros, como comunidad creyente, que celebra hoy la Trinidad Santa, nos pregunta- mos: ¿Cómo es Dios? Para la comprensión trinitaria de Dios no necesitamos ir a teologías muy elevadas. Tan sólo es necesario echar una mirada al Vaticano II y otra a nuestra asamblea litúrgica:
· “...la Iglesia toda aparece como pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” Y, reunidos en torno a la Mesa del Señor y a la luz del Evangelio, afirmamos que, a la cabeza de la Mesa, está el Padre. A la derecha, el Primogénito nos pasa su abrazo de amor, que nos reúne en la unidad del Espíritu Santo.
· Y de los labios de los hermanos reunidos brota una aclamación: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”. Ese grito de la comunidad es una aclamación al amor derramado sobre toda la tierra y sobre todos los pueblos, en el que nosotros ya nos hemos dejado envolver y abrazar.
2. Según san Mateo 28,16-20. En la primera hora de la resurrección, el Resucitado les dice: «Id a Galilea». Y, al encontrarse con el Señor, sienten que su palabra los envía: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
A pesar de las dudas de fe, que llevan en su corazón, el Señor les confía: «Haced discípulos». Es un encargo absoluto y fundamental. Y «bautizad en el nombre del Padre...». El encargo del Señor lleva a un Dios que Jesús nos revela como Padre; nos lleva a Jesús, Dios, que el Padre le revela como Hijo, y al Espíritu Santo (28,16-20). Y esos nuevos discípulos entran en el ámbito del misterio de comunión de amor del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, que es y será el cimiento de la Iglesia.
Y termina el Evangelio de Mateo con una declaración del Resucitado: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». Esta manera de hablar recuerda que ya no hay excusas para hacer la voluntad de Dios, que el camino de acoger y regalar el Proyecto de Amor del Padre reclama una absoluta confianza y una absoluta obediencia.
3. La contemplación del misterio de la Trinidad en abstracto. A Dios no lo vamos a encontrar “más allá”. La novedad de este misterio es que Dios está junto a la vida de los hombres y mujeres, “aqui”.
Y ese Dios es presencia y pura gracia, amor en total gratuidad. Viene a revelarse y expresarse de forma divina y eficaz a nosotros como Dador de Vida (el Padre), como Salvador (el Hijo) y como Amor que ensancha el corazón (el Espíritu Santo).
Ese amor es “gracia sobre gracia”, aquello que jamás se compra o se vende; es vida que se ofrece sin cálculos; es amor siempre abierto e inmerecido. El Dios, Trinidad Santa, no es el juez con un listado de sentencias. No pide cuentas, sino que se nos da como semilla y levadura para que sepamos vivir desde su amor. Siempre suscita vida y con su misericordia – su perdón- vuelve a suscitarla. Dios es amor que despierta y estimula un camino de Amor.
La Trinidad Santa, que pone en “crisis” nuestra vida. Ya no podemos contemplar nuestra vida ni la vida eclesial ni el mundo como antes:
– Todo hombre y mujer y toda vida queda dignificada porque participa del amor de Dios, que se presenta como Padre que adora y quiere en primer lugar a los “pequeños”
– Dios Trinitario abre un caudal de vida que se constituye en un perenne dejar espacio al otro; en respetar al diferente abrazado en sus diferencias.
– Para los discípulos del Señor nada puede convertirse en ídolo, sea en el ámbito político, económico o eclesiástico.
– La comprensión trinitaria de Dios ayuda a la Iglesia a superar el clericalismo y el autoritarismo, porque la fe, comunión de distintos, lleva a una unidad viva y abierta.
– La Iglesia del Señor, a la luz de la Trinidad, está llamada a abrir espacios a la participación igualitaria de todos, sin distinción por razones de sexo o de la función específica que uno ocupe en la vida eclesial. Y salir, con diversas manos y de diferentes maneras, a sembrar la tierra de su amor y así adelantar su Reino.
4. La Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. Él nos reveló que Dios es amor «no en la unidad de una sola persona, sino en la trinidad de una sola sustancia» (Prefacio): es Creador y Padre misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo —nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el «nombre» de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad.
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino: aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio trinitario.