¿Quién puede salvarse? ¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?
I.
Los textos de la Misa de este domingo nos hablan de la sabiduría divina. En la Primera lectura leemos
la petición que el autor del libro sagrado pone en boca de Salomón: Supliqué y se me concedió un espíritu de
sabiduría.
El
Verbo de Dios encarnado, Jesucristo, es la Sabiduría infinita, escondida en el
seno del Padre desde la eternidad y asequible ahora a los hombres que están
dispuestos a abrir su corazón con humildad y sencillez. Junto a Él, todo el oro es un poco de arena, y la plata vale lo que el barro, nada. Tener a Cristo es poseerlo todo, pues con Él nos llegan
todos los bienes. Por eso cometemos la mayor necedad cuando preferimos algo
(honor, riqueza, salud...) a Cristo mismo que nos visita. Nada
vale la pena sin el Maestro.
1. Conoces los mandamientos, dice
el Señor. ¿Conozco los mandamientos?
2. ¿Los cumplo? Puede decir como
el joven, que los cumplo desde joven.
3. ¿Qué necesito vender?
4. ¿Quiénes son los pobres?
II.
La mirada de Jesús.
1. El joven llama al Señor bueno,
¿Cómo llamas tu al Señor?
2. ¿hay confianza en tu diálogo
con el Señor?
San
Marcos, que recoge la catequesis de San Pedro, oiría de labios de este Apóstol
el relato con todos sus detalles. ¡Cómo
recordaría Pedro esa mirada de Jesús que también, en el comienzo de su
vocación, se posó sobre él y cambió el rumbo de su vida! Mirándolo Jesús le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te
llamarás Cefas. Y la vida de Pedro ya fue otra. ¡Cómo
nos gustaría contemplar esa mirada de Jesús! Su mirada penetrante ponía al
descubierto el alma frente a Dios, y suscitaba al mismo tiempo la contrición.
Jesús
miró con un gran aprecio a este joven que se le acercaba: Iesus autem intuitus eum dilexil eum. Y le invitó: «Sígueme. Camina sobre mis pasos. ¡Ven a mi lado!
¡Permanece en mi amor!». Es la invitación que quizá nosotros
hemos recibido... ¡y le hemos seguido! «Al
hombre le es necesaria esta mirada amorosa; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad (cfr. Ef 1, 4). Al mismo tiempo, este amor eterno de elección divina
acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de Cristo. Y acaso
con mayor fuerza en el momento de la prueba, de la humillación, de la persecución,
de la derrota (...); entonces la conciencia de que el Padre nos ha amado
siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, se convierte en un
sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana. Cuando todo hace
dudar de sí mismo y del sentido de la propia existencia, entonces esta mirada
de Cristo, esto es, la conciencia del amor que en Él se ha mostrado más fuerte que todo mal y que toda
destrucción, dicha conciencia nos permite sobrevivir».
Cada
uno recibe una llamada particular del Maestro, y en la respuesta a esta
invitación se contienen toda la paz y la felicidad verdaderas. La auténtica sabiduría consiste
en decir sí a cada una de las invitaciones que Cristo, Sabiduría infinita, nos
hace a lo largo de la vida, pues Él sigue recorriendo nuestras calles y plazas.
III.
Una cosa te falta.
La
lógica de Dios, es una lógica nueva: “vende todo lo que tienes”.
1. ¿Qué nos falta? ¿Qué nos sobra?
2. ¿Qué nos falta para ayudar a
los pobres?
3. ¿nos falta la alegría o la
libertad?
4. ¿Son mis “riquezas” un
obstáculo para seguir al Señor?
5. ¿Estoy triste? ¿Qué me causa
tristeza?
6. ¿Cuál puede ser el cambio
fundamental? ¿Compartir?
7. ¿Crees que es difícil entrar en
el Reino de los cielos?
“Anda,
vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el Cielo;
luego ven y sígueme”
le dijo Jesús a este joven que tenía muchos bienes.
Y
las palabras que debían comunicarle una inmensa alegría, le dejaron en el alma
una gran tristeza: afligido por estas palabras, se marchó triste.
«La
tristeza de este joven nos lleva a reflexionar. Podremos tener la tentación de
pensar que poseer muchas cosas, muchos bienes de este mundo, puede hacernos
felices. En cambio, vemos en el caso del joven del Evangelio que las muchas
riquezas se convirtieron en obstáculo para
aceptar la llamada de Jesús a seguirlo.
Si
notamos en nuestro corazón triste es posible que se deba a que el Señor nos
esté pidiendo algo y nos neguemos a dárselo, a que no hayamos terminado de
dejar libre el corazón de ataduras para seguirle plenamente. Es quizá el
momento de recordar las palabras de Jesús al final de este pasaje del Evangelio: Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o
padre, o hijos o tierras, por Mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este
tiempo, cien veces más –casas, y hermanos y hermanas, y madres e hijos, y
tierras, con persecuciones–, y en la edad futura la vida eterna.